miércoles, 12 de septiembre de 2012

LOS MISERABLES

¿Han notado que cuando terminan de leer la última palabra del libro que están leyendo, se abre una especie de secuencia con las imágenes y acontecimientos de la historia? No sé a ustedes, pero a mí me pasa siempre. Como si al terminar de leer necesitara darle un nuevo orden a cada hecho y detalle que se quedó prendido de mi mente. Es algo que, en lo personal, no me dura unos minutos ni unas horas; ni siquiera un día. Son varios días, incluso semanas; y aunque esté leyendo otra cosa, no puedo evitar volver a esa lectura supuestamente finalizada, la que además me obliga a retomar el libro y hojearlo, volviendo a leer fragmentos, párrafos y hasta capítulos enteros.

En este ejercicio he estado ahora que terminé de leer Los miserables. Y hago esta asociación a partir de la relectura que hice de un fragmento en el que Marius, a pesar de la felicidad que lo rodea por su buena recuperación y por el próximo casamiento con su amada Cosette, no puede evitar que su memoria traiga a su mente diferentes retazos del pasado y lo obligue a interrogarse por su propio presente y futuro. De alguna forma comprendo esa inquietud que experimenta Marius. No voy a ventilar mi experiencia personal, pero a veces vivimos experiencias límite de las que hemos salido bien; sin embargo, otros, amigos o cercanos, han quedado en el camino y es imposible no preguntarse el porqué de seguir aquí. Del mismo modo, muchos seres del pasado a los que no volvimos a ver van quedando en una extraña bruma, como tapados por un velo, y de vez en cuando recordamos cómo nos relacionábamos con ellos, alguna situación particular… Luego nos preguntamos qué será de ellos: ¿cómo estarán?, ¿qué harán?, ¿vivirán en el extranjero?, ¿tendrán familia?, ¿estarán vivos? Y volvemos al presente, planificamos el futuro.


Los miserables (fragmento)


Marius, interiormente y en el fondo de su pensamiento, dirigía todo género de preguntas a aquel señor Fauchelevent, que era para él simplemente benévolo y frío. Ocurríanle de vez en cuando dudas sobre sus propios recuerdos. Había en su memoria un agujero, un punto negro, un abismo abierto por cuatro meses de agonía, y en él se habían perdido muchas cosas. Preguntábase si estaba bien seguro de haber visto al señor Fauchelevent, a un hombre tan grave y tan sereno en la barricada.

Y no era este el único estupor que las apariciones y desapariciones del pasado le habían dirigido en el espíritu; ni debe creerse que estuviese libre de esas insistencias de la memoria que nos obligan, aun siendo dichosos, aun hallándonos satisfechos, a mirar melancólicamente hacia atrás. La cabeza que no vuelve a contemplar los horizontes ya desvanecidos, no encierra ni pensamiento ni amor.

Jean Valjean carga a Marius a través del alcantarillado
de París. Grabado de Gustave Brion para la edición de
Les misérables de 1862.




A veces Marius se cogía la cara entre las manos, y el vago y tumultuoso pasado empañaba el crepúsculo que tenía en el cerebro. Veía de nuevo caer a Mabeuf, oía a Gabroche cantar bajo la metralla, sentía en sus labios el frío de la frente de Eponina, las sombras de todos sus amigos, Enjolras, Courfeyrac, Jean Prouvaire, Cambeferre, Bossuet, Grantaire, surgían ante él, disipándose en seguida. Aquellos seres queridos, impregnados de dolor, valientes, ya graciosos, ya trágicos, ¿eran creaciones de su fantasía?, ¿habían existido realmente? El motín se lo había llevado todo en su humo. Las grandes fiebres originan estos sueños. Interrogábase, palpábase, y agitábale el vértigo de todas estas realidades desvanecidas. ¿Dónde estaban, pues, aquellos seres? ¿Habían muerto, sin quedar uno solo? Una caída en las tinieblas, de la que él era el único que se había salvado. Parecíale la desaparición que se verifica al correr el telón de un teatro. Hay de estas bajadas de telón en la vida. Dios pasa al acto siguiente.

Y en cuanto a él, ¿era la misma persona que antes? Pobre entonces, ahora rico, abandonado hacía poco, tenía ya una familia; desesperado recientemente, iba a casarse dentro de unos días con Cosette. Figurábasele que había cruzado a través de un sepulcro, penetrando en él negro, y saliendo blanco. Los demás se habían quedado en la sombra.

En ciertos instantes, aquellos seres del pasado, apareciéndosele, formaban un círculo alrededor de él, y le oscurecían; pero pensaba en Cosette, y volvía a estar tranquilo; necesitaba de una felicidad para borrar de su memoria semejante catástrofe.

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